“No sigo el camino de los antiguos, busco lo
que ellos buscaron.”
Matsuo
Basho
Arquería espiritual
de Occidente.
Desde el albor de
los tiempos, el arco ha acompañado a la humanidad representando tanto fuerza y poder, como espiritualidad. Su
presencia ha inundado el logos de arquetipos y símbolos, que representan una
evolución de los arquetipos guerreros en algo más, de símbolos que lejos de
ofrecer tan solo una verdad abstracta,
permanecen ligados a la función y a los movimientos de la psique, y por
eso, aún siguen siendo operativos para restablecer el equilibrio cuerpo-mente y
perseguir, como antaño se perseguía la caza sagrada, los más profundos anhelos
del hombre.
Todos los sistemas coinciden en el arco:
Egipto, Druidas, Escitas, Vedas, Cábala. Y el arco montado, ejemplo del alma y
el cuerpo funcionando sincrónicamente, sigue siendo un axis mundi, un eje en
torno al que agrupar y ordenar
conocimiento, sabiduría y presencia, y una de las mejores y más gozosas
formas de celebrar el regalo de la encarnación.
Tal y como Japón, primero en plena edad
media, y después a finales del s XIX y
principios del XX, reelaborara toda las doctrinas marciales y de pensamiento,
para ofrecer algo propio y adecuado el espíritu de los tiempos, tal vez nuestra
oportunidad sea la de reelaborar toda la carga cultural y atávica, la
tradición, y los avances de la ciencia, para poder ofrecer algo que, más acorde
con nuestra identidad y los tiempos, sirva mejor al Hombre.
Nuestro esfuerzo, tan solo uno más de
los posibles, hunde sus raíces en arquetipos junguianos, forjados en tiempos
sin memoria, rastros del origen indoeuropeo, estructuras lingüísticas,
geométricas, biomecánicas y técnicas de meditación en acción, acompasadas con
las técnicas de tiro.
Una vez adquirida una técnica básica y
comprendidos los principales elementos de otras
formas, el método se divide en tres estadios de práctica simultánea:
ejercicios tácticos, que deben traer el fluir, como experiencias de “no mind”;
ejercicios de meditación en tiro, como
pauta de conexión y de superar la dualidad; y una tercera fase que podríamos
definir simplemente, como oración.
Todo lo cual, trae al hombre actual
posibilidades, que forman parte del imaginario de artes marciales, pero
perfectamente asequibles si se da a sí
mismo el permiso para realizarlas. Y de todas las formas posibles de acometer
este propósito, el arco es una herramienta privilegiada, cuya práctica es
extrapolable a muchas actividades y, poco a poco, cala profundamente en los
hechos más sencillos y cotidianos.
Rafael Miguel Marín Jubera