Todos hemos
experimentado la sensación de un disparo pleno, y la diferencia de uno que no
lo es, aunque acierte en el blanco. No es igual de satisfactorio. Lo ideal es que
coincidan, pero aun cuando sean cosas diferentes, hay algo profundamente
coherente en el primero, huele diferente, suena diferente e incluso parece que
los ruidos se apagan para poder escucharlo.
Quizá el mensaje de los tiempos es la
coherencia; para no ser engañados; para no engañarnos a nosotros mismos. Aquí
es donde los tipos de tiradores se separan y toman decisiones, sobre la técnica
y el equipo y acaso, sobre muchas cosas más que pasan inadvertidas.
Si el objeto de tu deseo es ganar, ser
el mejor, hacer muchos puntos y competir, baja la potencia del arco, usa
artefactos, toma referencias, estudia las técnicas deportivas y apóyate en
técnicas conscientes, porque tendrás tiempo para usarlas.
Si no te basta hacerle agujeros al
blanco, buscas la sensación, habrás de pensar antes si deseas un tiro meramente
recreativo, un pasatiempo poco exigente. Esto es satisfactorio, relajante,
bueno en sí mismo, pero no es el lugar del disparo pleno.
El disparo pleno vive en el “no tiempo”
y sucede de hecho de muchas formas a la vez, tantas como estratos de
consciencia puedas tener. Tu búsqueda por tanto es otra y otro su objeto,
aunque el primer estadio sea el mismo. El blanco físico está ahí, la presa
salta ante tus ojos, pero hay quien mata en la caza, y quien danza la caza.
Para matar o acribillar un blanco, solo hace falta uno, para danzar el tiro,
hay que escuchar al blanco y la sinfonía que compone con todo lo demás en un
universo animado; el arquero dispara en resonancia con todo, de la misma forma
que el todo, no puede ignorar la resonancia del disparo. Esto es el disparo
pleno: una actitud que se trabaja, y a veces, produce resultados. Cuando sucede
es magia.
Esta experiencia es profundamente
personal, simplemente hay quién la ha vivido y quien la entiende. Toda
discusión es banal. Seguirla exige mucha disciplina y no poco trabajo, para
rezar con hechos, no con palabras; el foco es otro y empieza con una dolorosa
reconstrucción, la de mirar muy dentro y muy lejos, la de la inocencia
aprendida. Seguirla exige ánimo inquebrantable.